miércoles, 29 de agosto de 2012

Hoy recomendamos: ASESINATOS PROFILÁCTICOS. Antología del relato negro IV


 (de la contraportada)

Las historias más negras y criminales. Una joya de la Literatura Negra; asesinatos hermosos, crímenes que logran recuperar el equilibrio del mundo, otros con sabor a justicia y poesía, o a venganza. La ciudad atravesada por historias violentas.

 Guillermo Orsi, Willy Uribe, Jerónimo Tristante, Miguel Angel de Rus, Juan Ramón Biedma, Cristina Fallarás, Raúl Argemi, Pedro de Paz, Carlos Augusto Casas, Andrés Fornells, Manuel Villa-Mabela, Álvaro Díaz Escobedo, Daniel Barredo, Kalton Harold Bruhl, Joseba Iturrate, José Luis Ordóñez, Isaac Belmar, Carlos Salem, Joaquín Lloréns, Julio Fernández Peláez, Teresa Galeote, Emilia Luna, Manuel A. Vidal, Alberto Castellón, Iván Teruel, J. Manuel Fdez. Argüelles, Manuel Gómez Gemas. Los mejores autores negros del momento presentados por el responsable de la edición, Santiago García Tirado. Ni en Chicago años 30 nació una generación así.

    Asesinatos Profilácticos es la más reciente continuación de las tres Antologías del Relato Negro publicadas hasta el momento. Estamos antes el mejor elogio de la venganza como justicia y como acto estético, un libro vanguardista, irreverente, que niega las grandes palabras e incita a los hechos. El lector de todas las sociedades ha sentido fascinación por la sangre; la novela negra se ha presentado como un elemento aleccionador contra la enormidad en épocas de puritanismo; y en épocas de libertad moral, como una muestra del ser primitivo y libre que vive en nosotros. En esta antología negra se hacen propuestas al lector que le incitan a acabar con el orden establecido de sus ideas, liberar sus represiones. 

   Lo edita Ediciones Irreverentes

               www.edicionesirreverentes.com

martes, 28 de agosto de 2012

TIRAMISÚ ENTRE LIBROS

La Asociación Cultural Tiramisú Entre Libros os invita el próximo 29 de septiembre a una merienda literaria de lo más apetecible en la FNAC de Castellana en Madrid, a las 17:30 horas.

HORARIO:...



17:30h Bienvenida

17:45h Ana Colchero presenta : Los hijos del tiempo, acompañada de Alberto López Aroca
 
 


18:15h descanso y firmas

18:30h Alan Grané presenta : Lo siento, la cocina está cerrada, acompañado de Sandra López
 


  19:00h Descanso y firmas

19:15h Alberto López Aroca presenta " Estudio en esmeralda" acompañado por Carmen Moreno
 



19:45h Descanso y firmas

20:00h Charla con los autores y merienda

21:00h Despedida


Como siempre, habrá sorteo de libros para quien quiera colaborar, comprando tickets a 2€.
¡No os lo podéis perder!
 

lunes, 27 de agosto de 2012

BLACK PULP BOX

La creación de hasta 85 autores contenida en dos bolsilibros, un ensayo, un libro de relatos, un cómic y un fanzine.



  Si te interesa y quieres saber más pincha en el siguiente enlace:

http://www.sigueleyendo.es/black-pulp-what-black-pulp-box/

viernes, 24 de agosto de 2012

CRUJIDOS


Un crujido es un pensamiento que no quiero que muera en mi cabeza. Cruje dentro durante un tiempo, late como una bestia hasta que no me queda otra que sacarlo afuera, patearle el culo para que me deje tranquilo. Pero enseguida llega otro, y otro...Nacen pensamiento, crecen a duras penas, y mueren poema. Muchos son los que se quedan por el camino. Aquí tendrán su sitio, y que me dejen a mí el mío.

CRUJIDO (I)



NO CONSEGUIRÁN QUE ME PUDRA LOS QUE YA ESTÁN PODRIDOS


Tengo los ácidos del estómago
en la garganta.

Tengo napalm en la boca,
palabras decididas a morir
en las trincheras.

Estoy acostumbrado al alambre
y los cristales,
a matar con la mirada,
a sacar brillo a esta mala hostia
que se muere de ganas .
Guardo entre los labios
una bomba de sinceridad kamikaze.

Espero que estés cerca
cuando estalle.

Que te pille
              de lleno
                       este puñado
                                    de rabia.

jueves, 23 de agosto de 2012

"Ruido de cañerias", la nueva de Atila, de Luis Gutíerrez Maluenda

Título, portada y fecha de publicación de la nueva aventura del detective Atila, de Luis Gutiérrez Maluenda.


Atila, el detective marginal del Raval de Barcelona, está pasando una mala racha… Tiene problemas con la bebida y con Valentina, «lo más parecido a la mujer de su vida que hay en su vida». Una asociación de ayuda al inmigrante tiene grandes proyectos. El presidente del Futbol Club Barcelona aspira a la Honorabilidad más absoluta por caminos azarosos. Un crimen machista tan claro que desconcierta al mismo Atila.
Un par de jóvenes «señoras bien» decididas a portarse tan mal como les sea posible. Dos predicadores evangelistas cargados de buenas intenciones. Añadan el ruido de los conductos de desagüe que erizan el techo de la vivienda de nuestro detective. Agiten todos los ingredientes y traten de digerirlo. Lectura poco recomendable para políticos en pleno ejercicio de sus funciones, independientemente de su afiliación y del grado de crisis reinante en el país.

martes, 21 de agosto de 2012

La editorial ALREVÉS (http://www.alreveseditorial.com/) ha anunciado por twitter que para septiembre habrá nueva novela de Luis Gutiérrez Maluenda con el detective Atila como protagonista. Podremos disfrutar de un nuevo caso y su sentido del humor. Para los que no lo conocéis todavía podéis abrir boca con sus dos anteriores entregas.



 

MALA HOSTIA inicia la serie, a la que le sigue:



 En "UN BUEN LUGAR PARA REPOSAR" Atila investiga la muerte de un gato, degollado a manos de uno de los ligues que su cliente conoce en una página de contactos de internet. Atila, además, está enamorado y tampoco puede separarse de la botella. No tiene desperdicio. 

Haced un hueco en vuestra vida y leed estas dos pequeñas joyas. Pediréis más.




lunes, 20 de agosto de 2012





   "Parejas Sangrientas y otras historias aún peores", recopilación de relatos de Manuel  Blanco Chivite publicado en El Garaje Ediciones y en la colección El Garaje Negro. Un libro con una pintaza increíble.  Más información en http://www.revistaprotesis.com/2012/07/parejas-sangrientas-manuel-blanco.html 

domingo, 19 de agosto de 2012

Para inaugurar el blog qué mejor que un relato que terminé de escribir ayer mismo.



DINERO NEGRO




Voy a matar a un hombre. No tengo motivos para hacerlo. Motivos de peso, quiero decir. No me ha hecho nada. Ni siquiera le conozco. Pero me pagan bien.
 Joder, que si me pagan bien. Un pastón.
 Ya puedo olvidarme del paro, de la crisis y de su puta madre por mucho tiempo. No es excusa para matar a un hombre, lo sé.  Pero si no lo hago me veo en la calle, coño. Este mes dejo de cobrar el paro y mi mujer tampoco tiene trabajo.  Ya no podemos pagar la hipoteca y estoy harto de que empresarios con cara lastimera me digan que la cosa está muy mal.  No puedo permitir que mis hijos y mi mujer vayan por ahí como esos putos rumanos, pidiendo y robando, sin nada que comer ni un lugar decente dónde dormir. ¿Vosotros que haríais? Poneos en mi lugar. No es plato de buen gusto imaginar a los tuyos en la calle ¿verdad? Ni hablar. Antes mato al infeliz ese, sea quien sea, vendo droga o me hago chapero. Me importa una mierda.  
Ahora que lo pienso tengo motivos más que de sobra.
He de pensar así  o no seré capaz de hacerlo.
 Me han proporcionado una pistola con silenciador. Munición para una guerra. Unas clases rápidas de manejo.
 Y un adelanto sustancioso.
Tengo fotos y una dirección.
El cómo y el dónde son decisión mía.
Tengo una semana.
Y ganas de vomitar.
Continuamente.
Nunca he matado a nadie. Nunca he disparado un arma. Nunca he ido de caza. Nunca he estado cerca de nada muerto. Ni siquiera en el funeral de mis padres quise ver sus cuerpos secos. Y ahora no me queda otra. O lo hago yo o lo hace otro. Y, en el segundo caso mi familia y yo vamos detrás. Ese es el trato.
Me tenía por un buen tipo. Ahora soy un sicario que no tiene ni idea de serlo. Y puedo ser un hombre rico si hago bien el trabajo.
Y algo me dice que los dos hijoputas que me pagan  son policías. Un gilipollas dentro de mi cabeza no deja de insinuarlo. El mismo que me obligó a aceptar este encargo.
Voy a hacerlo, me digo. Voy a matarlo.
Es lunes. Son las ocho de la mañana. Mi mujer está feliz porque cree que voy a hacer unas chapuzas. Sin contrato. Dinero negro. Pero algo es algo. En el baño miro la pistola y trazo un plan. Lo primero es localizar al tipo. Luego ya veremos.
 Menudo plan.
 Me cuelgo una bandolera donde oculto la pistola. Doy un beso a mi mujer y a la niña. Gigi, nuestro perro, un bichón maltés de apenas un año,  también participa de la despedida familiar  saltando  para encaramarse a  mi pierna y sacando la lengua a modo de un cariñoso y perruno saludo. Le acaricio la cabeza y me lame la mano. Mi hija pequeña se le abraza. Él perrito se la quita de encima como puede y huye de ella que, entre risas, le persigue intentando agarrarle del rabo.  Salgo con una extraña mueca estampada en la cara.  Como esperaba, el aire fresco de la mañana no me da los buenos días, me araña la cara, como si supiera lo que estoy a punto de hacer. Un violento fogonazo de lucidez  me estruja el  estómago y  me obliga a vomitar el desayuno. Un viejo madrugador me mira y me insulta como si yo fuera un borracho, un desgraciado que llega tarde a casa pero a tiempo de golpear a su mujer recién levantada.  Se me pasa por la cabeza comprobar si soy capaz de matar. Probar con él. Que éste ya ha vivido lo suyo.

    Me pregunto qué habrá hecho. Por qué lo quieren ver muerto. Me paro en mitad de la calle y examino las fotos una vez más. No veo nada especial. Es un hombre normal. Un poco gordo. Un poco calvo. Un poco triste. Cerca de los cincuenta. Lo único que me dijeron es que está de vacaciones, no en qué trabaja, que sale cada día a las nueve menos cuarto de su casa, y que  este año no se iría a ningún sitio de veraneo. Y en ese punto se rieron. Tiene dos hijos. Uno de dieciocho y otro de once. Lo que se dice un tipo normal. Uno más.  Que debe ocultar algo. Y no debe ser nada bueno. Puede que se trate de un pederasta. No sería extraño. Si es eso, pegarle un tiro me resultaría más fácil. Lo haría sin dudarlo.
Pero dudo.
     Y como no me pagan por dudar lo mejor es pensar en la pasta. Es lo único a lo que puedo agarrarme. Pienso  en que, después de hacerlo, no tendré que preocuparme por nada en mucho tiempo. Lo primero que haré será pagar lo que debo. Luego, salir de aquí. Ver mundo. Me llevaré a Lucía y los niños a Paris unos días. Lucía siempre quiso ir a Paris. ¿Por qué no? París está bien. Pero podría valer cualquier otro sitio.  Nos iremos donde sea. Si nada falla. Si no me pillan. Si no me matan. Si puedo seguir viviendo con un muerto a mis espaldas.
            Me planto frente a su casa. Son las nueve menos cuarto. El tipo sale puntual del portal como me dijeron.  Es un buen momento para cruzar la calle, pegarle un tiro y salir corriendo. Sin más. No hay gente. Meto la mano en la bandolera y palpo la pistola con silenciador. Me vuelven las ganas de vomitar. Las tripas se me sueltan. No puedo moverme. Tiemblo como cuando era niño y me sacaban a la pizarra a hacer los ejercicios de matemáticas. Hago fuerza para no cagarme. El tipo sigue andando y se pierde por una esquina.
Nunca se me dieron bien las integrales.
      Me quedo allí. De pie como un imbécil. ¿Qué esperaba? ¿Comportarme como los asesinos a sueldo de las películas?  Estoy bloqueado. Las sienes me palpitan y me siento fuera del cuerpo. Cuando me recupero me tomo una cerveza para calmar los nervios  en el primer bar que encuentro. Cae una segunda. Y una tercera. Sólo entonces empiezo a sentirme otra vez yo. Paso el resto de la mañana dando vueltas por ahí, pensando en alguna manera de superar el mal trago del primer tiro. Soy humano, no un terminator. Tengo que adaptarme a mi nueva condición de asesino, sicario o tonto con pistola y eso pasa por superar algunas fases que me he saltado, porque nunca las conocí.
         Me obligo a pensar como un cabrón desalmado y me sorprendo de tardar menos de lo esperado en dar con lo que necesito. Debía ser que ya lo era y lo que pasa es que no me había dado cuenta, de otra manera no hubiese podido aceptar este encargo. Si todos los parados fuesen por ahí cargándose al personal…Menuda fiesta, amigos. Aunque muchos seguro que desean cargarse al jefe que lo echó, al capullo que no le dio trabajo, a su mujer que no deja de darle la paliza, a su hijos adolescentes que se gastan en drogas el poco dinero que les queda. Y lo harían gratis, estoy seguro. Pero si eso no está sucediendo es porque  la mayoría no tiene cojones.
Yo sí. Los tengo cuadrados.
Aunque acabo de comprobar que no tanto como creía.
        Matar a alguien no es lo más apropiado pero también tengo claro que no voy a conformarme con lo que  me reservan esos mierdas sociópatas trajeados hijos de la gran puta, empeñados en matarnos lentamente con las leyes que inventan. A esos sí habría que sacrificarlos.
        Cuando llego a casa, a mediodía,  mi mujer  tiene preparada una estupenda fideuá y la mejor de sus sonrisas. Me abraza y me besa.  Me sirve una copa de vino blanco  y vuelve a besarme.
       Está emocionada por lo de mi supuesto nuevo trabajo de mierda y yo no estoy para celebraciones. Mi mujer habla y habla y no la escucho. Mi cabeza es el manual del imperfecto asesino. Por ella desfilan muertos y sangre, en cada neurona invento una nueva forma de matar  y en todas fallo. No puedo dejar de pensar en la cárcel, en una celda oscura en la que se oculta un tipo enorme y con tatuajes que espera para encularme.   Si Lucía supiera que voy a matar un hombre y que su muerte pagará el vino, las gambas y los  mejillones que ha comprado sin poder, ¿me besaría?  “Si supieras, amor, que me estoy jugando tu vida y la de la niña ¿qué harías?”, me digo. Menuda patraña la vida.

     Apenas puedo comer nada.  Dos cafés me entran como dos patadas en el estómago. Finjo estar indispuesto, mi mujer  insiste en que descanse y yo en que me vendrá bien salir a pasear al perro. Mi hija, como no, se apunta. Le encanta pasear a Gigi. Sin saberlo le puso al pobre perro nombre de puta. Me cuesta dejarla llorando pero  no puede venirse. No sería bueno para ella ver como le vuelo la cabeza a Gigi.
Gigi, perroputa.
      Cojo el coche y conduzco hasta a las afueras. Me oculto entre unos árboles y ato a Gigi a uno. “Odio mi nombre”, parece decirme. Los perros cuando te miran parecen personas. Gigi tiene la mirada triste.  Acaricio la pistola con las manos sudadas. Le apunto a la cara y disparo. Cierro los ojos.
Los abro.
       Su mirada triste ha desaparecido. Un agujero en la cara, mezcla de carne, sangre y sesos sustituye a sus ojos. Un olor dulzón se desliza hacia mis narices.  Quitarle la vida al chucho no me produce ninguna sensación. Sólo es un gesto. Y hasta otra.
      Vuelvo a casa con la correa en la mano, sin Gigi, inventando su huida hacia el país de los perros. “De los perros con nombre de puta”, me digo. Pero no hay consuelo que valga para mi hija.  
       El martes lo paso matando perros de todas las razas.  Pierdo la cuenta de cuantos. La mano no me tiembla. Ensayo distintas distancias. Tengo buena puntería. Nunca fallo.  Puede que naciera para esto.
        Entre perro y perro  casi olvido que tengo que matar a un hombre. ¿Cómo olvidar algo así? Me siento bien. Sólo bien. Feliz es una palabra que se queda demasiado grande. Mi mujer sí lo es.  Después de semanas sin poder  empalmarme, anoche follamos como dios. Hasta por el culo me dejó entrarle. Antes de irme, volvemos a follar como dos desconocidos, como animales a los que les va la vida en ello.
      Son las ocho y media y ya estoy en marcha. Me detengo a observar la vida en la calle.  Un coche pasa acariciando la calzada,  un tipo con cara de que le pesen sus obligaciones va quizás  hacia al trabajo a seguir con su faena o a que lo echen, algunos bares  mantienen sus barras calientes pese a la crisis. Y por encima de todos, esta ciudad amable y sin héroes, que me vio nacer y ahora me mira horrorizada.
     Le veo salir de casa.  Llego justo a tiempo para aprenderme su vida, trazar el mapa de sus rutinas, intentar encontrar ese algo oculto que sé que lleva dentro, eso por lo que quieren verle muerto, lo que hará que pueda pegarle un tiro. Pero no hay nada de eso. Es un buen hombre. Cada día acude a un bar que se llama Los Felices a desayunar con dos amigos, y jugar al dominó. Luego recoge a su mujer y a su hijo pequeño para pasear y hacer unas compras. Comen en su casa. Después acuden al hospital. Allí me entero de que su mujer está enferma. Los riñones no le funcionan y debe recibir diálisis. Por eso no se va a ir de vacaciones. Mientras la dializan él vuelve a su casa y espera a que  llegue la hora de recogerla. Si aprovecha esas cuatro horas para masturbarse con fotos de niñas frente al ordenador eso es algo que nunca sabré. Pero algo me hace dudarlo. Lo único que tengo que hacer es llamar, subir y matarlo. Pero esto no me lo dijeron,  lo de la mujer lo cambia todo.
La compasión es un sentimiento sobrevalorado. Nos hace débiles.
¿De verdad lo cambia todo?
Sólo me lo pone más difícil. Pienso en la pasta. Mañana lo hago, me digo. Y vuelvo a casa.  No duermo.
        Si soy capaz de matar a un perro de mirada triste y nombre de puta, seré capaz de matar a un hombre triste con mirada de perro y una vida puta. Pero no es lo mismo, cojones, no es lo mismo.
     Al día siguiente a las nueve menos cuarto en punto,  vuelve a salir de su casa y  esta vez me acomodo en la barra de Los Felices. El nombre es una ironía. Cuatro viejos hunden sus caras en la barra, bebiéndose con cada trago toda una vida de derrotas. Tan temprano y ya huele a sudor y desesperación. Pero los bocatas son baratos. Se sienta en la mesa donde le esperan sus dos amigos,  yo estoy junto a un viejo que no despega la vista de su chato de vino. Oigo cómo le preguntan por su mujer. Desayuna con ellos y luego juegan al dominó. Pido un pincho de tortilla y una cerveza. Hojeo el periódico. Ni una noticia buena. El Albacete pierde contra La Gineta, la policía inicia una huelga como medida de protesta contra los recortes  del Ayuntamiento, la hija de un importante empresario ha desaparecido, y un desalmado se ha dedicado a sembrar la ciudad de perros sacrificados a tiros.

Ese me temo que soy yo. De la niña juro que no sé nada.
     
       El  viejo que está a mi lado levanta la cabeza y me mira. Abre su boca borracha y desdentada, y me sonríe como un imbécil. Es un envase vacío. Su mirada asusta de tan perdidos que andan sus ojos en la nada de su vida. Y entonces, lo veo claro. 

Voy a hacerlo, me digo. Voy a matarlo.
No quiero a acabar como este viejo de mierda.
Me acerco y  le hablo al oído.
 - Sólo tienes que pedírmelo. Hazlo. Pídeme que te pegue un tiro.
 No escucha. Sólo abre la boca y eructa. Temblando, me coge de la cabeza y me dice:
-Imbécil, no gastes balas. ¿No ves que ya estoy perdido?
Le apesta el aliento y la vida.
   Abre la boca y me vomita encima. Sólo es vino. Por suerte nadie se da cuenta. El camarero anda en la cocina y el hombre al que sigo está inmerso en el dominó. Me limpio con servilletas, salgo fuera.  Me quedo plantado en la puerta del bar mirando la mierda de un perro. Me pregunto si el que la cagó seguirá vivo o está en mi lista de prácticas de tiro.
      Soy un gilipollas. He condenado a muerte a mi familia. Aunque bien mirado, quizás sea mejor que condenarla a la pobreza. Dos tipos  se acercan a mí. Uno de ellos me echa a la cara el humo de un cigarro. Son los tipos que me pagan por llevar esta agonía a cuestas. Cierro los ojos y espero paciente el tiro. Muerto no tendré que decidir nada.  
-Parece que este chucho se te resiste, mataperros –el tipo del cigarro, gordo y sudoroso, se ríe. El otro, más delgado que un arañazo, le sigue.
    Era de esperar. Los cabrones me han estado siguiendo todo el tiempo.
-No voy a poder hacerlo.
-Claro que sí, mataperros. Claro que serás capaz.
-¿Por qué yo?
-Porque estás desesperado, mataperros. Y porque llevas escrito en la cara que tienes lo que hace falta. Tienes esa mirada. Sé reconocerla cuando la veo.
   Miro a ambos.
-Sois polis, ¿verdad?
  Se miran.
-Somos el gordo y el flaco. ¿O es que no salta a la vista?
-No puedo hacerlo. Es un buen hombre. No ha hecho nada.
-Tú haz lo que tienes que hacer, mataperros. O no vuelves a ver a tu familia. Ese era el trato. Tienes hasta mañana.
     Me palmean la espalda, se dicen algo que no alcanzo a oír  y que hace reír al flaco y se largan. Me lleno de rabia. Igual llevan razón, igual sí que valgo para asesino.
     Me mata no poder hablar de esto con nadie. Matar. Éste verbo se ha instalado en mi vida y no parece tener prisa por marcharse.
     Duermo mal, me levanto que doy pena, pero me siento extrañamente despejado. El gilipollas dentro de mi cabeza parece que ha hecho bien su trabajo. Asesinar ya no me cuadra.   Estoy decidido a avisarle, a contarle que me han contratado para matarle, que se largue.  A mi mujer le digo que hoy tengo turno de tarde. Mi hija se pone contenta y me obliga a jugar a que soy su nuevo perro. ¿Adivináis cómo me llama? El karma ese tiene mala leche. 
    No sé cómo voy a hacer para salir de ésta. Cómo hacer para que todos vivamos.
    A la hora en la que calculo que ya está de vuelta del hospital, me despido de mis mujeres, quizás para siempre y recorro las calles preguntándome quién soy y qué hacer. Llego a su casa, llamo al portero, no pregunta, me abre. Lo mismo arriba. Sale, habla, me mira.
Ha llegado el momento de salvarle. Decirle que se largue. Pero mi boca no se abre. Me quedo mirándole. No hago nada.
      Bueno, sí. Con un golpe seco le empujo hacia el interior. Cierro la puerta. De cerca no tiene la mirada tan triste. Y veo ese algo oculto en sus ojos. Quizás sea un pederasta. O acaso sea el miedo. Saco la pistola y no tiemblo. El primer disparo a bocajarro le entra por la boca. Algunos dientes caen al suelo junto a un chorro de sangre. Con el segundo le estalla la cabeza. Su cuerpo sin vida cae sobre una mesa baja de cristal con un centro de flores.
No tiemblo.
Oigo un ruido. Sucede algo que no esperaba.
 Su mujer sale de la oscuridad de una habitación. Estaba en casa. Maldita hijadeputa desgraciada ¿qué hace usted ahí plantada? ¿Por qué no está en el hospital? Hoy no me tocaba, me dice sin apenas abrir la boca. Y no le doy tiempo a abrirla más porque le reviento con un tiro la cara y con otro la vena hinchada del brazo. La sangre mana brutal como un río fuera de su cauce. Se desangra en unos segundos. Queda inerte, blanca como una larva de mosca. Su hijo pequeño lo presencia todo. Me mira. Está empapado con la sangre de su madre, llora sin hacer ruido y se está meando encima. Tres tiros en el corazón y cae como un saco lleno de piedras.
No ha pasado ni un minuto. Y he puesto fin a la vida de tres personas.
Así funciona el hambre descomunal por la vida y la supervivencia. O tú o yo.
Decides en un segundo. Y al final sólo gana quien tiene los bolsillos llenos.
 No tiemblo.
Me siento liberado.
No me importa.
Es demasiada pasta siquiera para dudarlo.
Pero he dudado y espero no volver a hacerlo.
Salgo de la casa y caigo en que del hijo mayor no sé nada. Querrá matarse cuando se entere. Saldrá loco. Me pierdo entre las calles y aviso de que ya está hecho. Aunque seguro que ya lo saben. Están por todas partes.
Cuando llego a casa mi mujer está haciendo la cena. La abrazo. La beso.
-¿Qué ocurre, cariño? ¿Todo bien en el trabajo?
-Todo bien.
-¿Ya te han hecho un contrato?
-Sólo llevo una semana. No tengas tanta prisa. De momento en negro, ya sabes.
-Son unos cabrones. Cómo se aprovechan.
- Así es la vida. Hay que tomar las cosas como vienen.
  Se ponen en contacto conmigo. Me pagan lo que falta.
-Tenemos otro encargo para ti, Mataperros. Aunque tendrás que pulir tus formas.
  Me tienen cogido por los huevos y lo saben. Pero a partir de ahora impongo yo mis normas.
-Está bien. Pero hablaremos cuando vuelva de viaje.
No les digo dónde voy.
No sea que les urja encontrarme.
No sea que se les ocurra buscarme.
Mientras paseo por la orilla del Sena.